jueves, 26 de mayo de 2011

sobre conciertos en general y sobre uno en particular

Desde hace un tiempo he notado que ha cambiado mi actitud en los conciertos y mi manera de valorarlos. Posiblemente se trate de un cambio progresivo que no he percibido con más clarirad hasta hace unos años, y así me lo hace ver mi entorno más cercano. En pocas palabras, se podría decir que me he vuelto más exigente, una pija, o como quieran calificarlo. ¿Será que me estoy haciendo mayor? ¿Será que ya no me trago cualquier cosa? Está claro que el componente social asociado a los conciertos y aquello de "hacer un plan diferente" no son atractivos suficientes si no hay detrás un verdadero interés por la música. Por ello, si decido asistir a alguno, espero obtener calidad, profesionalidad y verdad. De lo contrario puedo cabrearme considerablemente. Estas palabras pueden parecer faltas de "espíritu" pero nada más lejos de la realidad. Pondré un ejemplo reciente que me ayude a explicarlo.
El sábado fui al concierto de Bill Callahan en el Teatro Pincipal de San Sebastián. El año pasado lo vimos en Valladolid y guardábamos un buen recuerdo (lo conté aquí). Esta vez venía a presentar su último trabajo "Apocallypse" acompañado de nuevo por el batería Neal Morgan, un virtuoso que aporta un aire jazz a las canciones, y de Matt Kinsey, un experto guitarrista que llenó de matices las melodías eternas y a veces monótonas de Callahan. Nuestro hombre salió enchaquetado con un traje blanco mil rayas, a juego con su pelo cada vez más canoso. Arrancó con "Riding for the Feeling", una delicada canción que nos cogió de la mano para llevarnos de viaje por paisajes espectrales y áridos. En canciones como "Drover", "America" o "Universal Applicant", la intensidad te hundían en el asiento, esperando que explotara en algún momento, algo que mi cuerpo habría agradecido. Pero con canciones como "Jim Cain", "Two Many Birds" o "Rococo Zephyr", Bill te liberaba de la presión por unos minutos para luego volver a sobrecogerte. La contención siempre rondaba sobre las canciones y la puesta en escena, para no perder detalle en sus letras, en su voz y en la calidad de los músicos. Bill tiene una de esas voces profundas que hacen llenar el escenario y una postura concreta, unos pequeños saltos o un giro con la guitarra eran suficiente acompañamiento. Hubo un momento de incertidumbre cuando la voz le empezó a fallar pero tras unos cuantos tragos de agua y un caramelo, consiguio continuar airosamente. Pero aunque hubiera tenido más problemas, se los habría perdonado ya que todo sonaba a verdad, a su verdad, a aquella que me hizo ir a verle. Es esta la clave de lo que hablaba al principio. Como broche final, el grupo tocó una intensa "Bathysphere" y con el cuerpo agarrotado, servidora se fue a los bares.

2 comentarios:

Juanma dijo...

Hola Rocío, soy Juanma (de la ETSAS). Encontré tu blog y me decidí a empezar por este post, que me ha parecido muy delicado. Me gusta que siga quedando gente que busque la autenticidad y personalidad en la música.
Pronto leeré tus visiones de Chicago. Un saludo

orphangirl dijo...

Hola Juanma!
Qué bueno leerte por aquí! Espero que te guste el blog y te animes a comentar. Gracias por tu comentario y bienvenido!